«Cuando yo me muera»

Padre Luis Rosario
Padre Luis Rosario

Santo Domingo.- Replico el documento escrito que dejó nuestro amigo el Padre Luis Rosario, correspondiendo a la amistad que forjamos de la mano de Don Moises Lembert, siempre atento a los deportes, niños y jóvenes de Santo Domingo. Compartimos eventos deportivos, en los cuales siempre su trato afable y disposición nos invitaba a recordar la misión de Dios en la Tierra. Ha marchado al cielo un verdadero hombre de Dios, Te extrañaremos, Padre Luis.

El padre Luis Rosario dejó escrito cómo quería su funeral.

El padre Luis Rosario falleció este miércoles tras batallar con un cáncer.

A lo largo de su carrera pastoral, el sacerdote Luis Rosario se destacó por su humildad y por estar siempre presto a tender la mano a los más necesitados.

Como coordinador de la Pastoral Juvenil de la Arquidiócesis de Santo Domingo, entregó su vida a la causa de los niños y los jóvenes.

Nunca fue un hombre de poses, por lo que tampoco deseaba que lo fueran con él.

A propósito de su fallecimiento este miércoles, llegó a nuestra redacción un escrito que hiciera el padre Luis Rosario en el que plasmó sus deseos para la despedida de sus restos, peticiones que confirman su humildad y engrandecen su memoria.

A continuación el escrito que tituló «Cuando yo me muera»:

«Me gustaría una caja bien sencilla y, si no fuera por el mal olor, preferiría una de tablas de cajas de arenque, como hacía la gente pobre de nuestros campos.

Prefiero que la caja esté totalmente cerrada, sin vidrio, para que la gente no me vea, o mejor, para no ver a la gente. Sería muy deprimente ver a alguien llorar delante de mí, moviendo la cabeza como un junco, de un lado a otro, y profiriendo expresiones las más de las veces incoherentes.

No quiero flores (tal vez una o dos rosas). Los muertos casi se ahogan con una colección incontrolable de arreglos florales, costosísimos y de poco valor, si se usa la balanza del corazón. Ese dinero podría utilizarse para comprar alimento para tantos niños y niñas abandonados, acogidos, con grandísimo sacrificio, por gente que se han entregado a hacer de zánganos de padres irresponsables, por amor a la vida.

Si a alguno se le ocurriera, cosa impensable, tirar en mi honor 21 cañonazos, prefiero que delante de mi ataúd se rompan y trituren aunque sea 21 armas de fuego. ¡Ya en algo saldríamos ganando, haciéndolas añicos! Evitaríamos también contaminar el ambiente con ruidos artificiales.

Me gustaría que la gente que me acompañe hasta el lugar de mi último descanso, no vaya con traje, menos aún de color negro. Además del calor que hace en los cementerios, le daría demasiado caché al acontecimiento. Las camisas y los poloshirts son más cómodos y más “transparentes”; esto en relación a las actitudes sinceras de amistad. Que no se les ocurra tampoco llevar lentes de color oscuro; me huelen a hipocresía.

El coro para la misa, prefiero que esté conformado por muchachos de la calle, aunque desafinen; cantan más con el corazón que con la boca.

Y como a los presidentes se les ocurren muchas cosas buenas y tienen asesores para todo, quisiera que uno de sus asesores, el que tenga menos qué hacer, le sugiriese que, en lugar de decretar tres días de duelo, decretase llevar al Poder Legislativo un anteproyecto urgente para declarar tres días de amnistía, para ver si algunos de los cientos de miles de gente sin nombre y nacionalidad, sin actas de nacimiento, que hay en el país, se les da la oportunidad de llegar a ser gente, al menos bajo el punto de vista legal.

Me gustaría que todo el que vaya al entierro llevase una vela, por si acaso nos coge la noche en el camposanto, porque de seguro no habrá luz eléctrica a la salida.

Al final, al salir del cementerio, quisiera que cayese una buena lluvia para que, después de un día tan agotador, la gente, sobre todo los niños y niñas, se puedan dar un buen baño, porque de seguro que no habrá agua cuando regresen a sus hogares».

¡Ah, se me olvidaba! Quisiera que si algún MCS (periódico, radio, televisión) publicase la noticia de mi muerte, no la titulase: “Lamentable fallecimiento”, porque es sumamente lamentable, que no encontremos otra expresión menos lamentable.

Finalmente, le pido a Dios que, cuando muera, le pueda dejar a la gente un poco de buen sabor, un chin de miel, porque, con lo cara que está el azúcar, al menos con mi recuerdo se endulcen un poco la boca».

Fuente: Diario Libre

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