Leyenda y la memoria del Orient Express evocada por Mauricio Wiesenthal

Sevilla (España).- Mauricio Wiesenthal (Barcelona, 1943) ha evocado en «Orient Express. El tren de Europa» (Acantilado) «toda la belleza, la memoria y la leyenda» del tren más famoso con un recorrido histórico, sensorial y aventurero por el alma de Europa en un libro que entronca con la estirpe de obras como «El Danubio» de Claudio Magris.

Wiesenthal jugó al blackjack en Montecarlo con Roger Moore y trató a Paul Morand, Coco Chanel, Anna Freud, Kazantzakis, Sofía Tolstoi, la Princesa Grace de Mónaco, Eugène Ionesco y Alberto Sordi, como reflejan algunas páginas de su último libro.

PREGUNTA.- Definitivamente, su mundo es el mundo de ayer…

RESPUESTA.- He vivido el mundo de ayer, fui tras las huellas de mis maestros, algunos muertos poco antes de que yo viniese al mundo, como Stefan Zweig, y he conocido a muchos personajes inolvidables que guardaban los recuerdos de otros tiempos y, sobre todo, mantenían el fulgor de su elegancia, de su cultura y de su espíritu.

La única maldad preocupante es la de nuestros coetáneos. Los antiguos, pues mire usted: que en gloria estén…

P.- ¿El mundo de hoy tiene arreglo?

R.- El problema estriba en que antes, cuando las vías de la cultura estaban bien tendidas, las agujas de los cambios se mantenían bajo control y los vagones de la memoria se componían en orden detrás de su locomotora, cuando uno perdía un tren, sabía que más tarde venía otro.

Ahora hay unos bestias muy primitivos e ignorantes que cortan las vías.

P.- Su maestro Camus y el maestro Chaves Nogales señalaron el sectarismo como el peor cáncer social ¿Nadie los lee?

R.- Es terrible pensar que hay gente que confunde los principios con sus prejuicios. Cuanto más firmes e intolerantes se creen en sus principios, más brutales se muestran en sus prejuicios.

Un principio moral no puede divulgarse de cualquier manera porque es obra de una vida y reclama el ejemplo y una experiencia personal.

Pero un solo prejuicio basta para difundir y desperdigar mil opiniones. La misericordia, la benevolencia y la gracia son los complementos precisos de la justicia.

P.- De su «Orient Express» se imprimieron cientos de miles de ejemplares. Sin embargo, lo ha reescrito por entero…

R.- No está reescrito, sino escrito en otro tono y de principio a final. Es otro libro y no tiene nada que ver con aquel librillo que publiqué en mi juventud, y que tuvo su hora feliz en aquella Europa rota por el Telón de Acero.

He escrito ahora un libro que evoca toda la belleza y la memoria del tren más famoso de todos los tiempos.

P.- ¿Su escritura «combate el fracaso y lucha contra el aplauso»?

R.- Escribir es el mejor medio para luchar contra el peligro de hacerse rico, pues la avidez de dinero convierte a los ricos en vulgares y nos quita la dignidad a los pobres que hemos vivido siempre una pobreza enamorada y triunfante, de marqués o de rey en el exilio.

El dinero puede servir para aguantar a una pareja aburrida. Pero sólo el tren permite dejarla para siempre…

P.- Ha escrito decenas de miles de páginas y publicado un centenar de libros, pero cuesta encontrarlos…

R.- El éxito de la vida consiste en estar vivo, y eso es lo más divertido que comparto con mis lectores. Hay gente que para vender escribe saldos baratos.

Yo sigo trabajando en artesanía de lujo. Diría que la literatura oficial la hacen los mismos que reparten las estrellas en los restaurantes. Los demás no tenemos tiempo para salir de la cocina.

P.- Su primer viaje en el Orient Express lo hizo en tercera…

R.- Pero pronto me di cuenta de que lo mío era viajar en primera, vestido como un marqués español… Cuando escribí mi primer librito quise ser original haciendo el «viaje en tercera clase», y creo que hice más colas en las estaciones y comí más bocadillos de mortadela barata que las pocas páginas que conseguí escribir en mis cuadernos. He recogido en el libro algunas de esas notas, pero me atormentaba la idea de que debía escribir la auténtica leyenda del Orient-Express.

P.- ¿Ese tren fue antecedente de la Unión Europea?

R.- Este tren se construyó para abrir nuestro continente al comercio internacional y romper las barreras entre los reinos europeos y sus ridículas rencillas.

Aún buscamos en Europa ese sueño de internacionalidad entre nuestros pueblos.

Vivimos en un continente pequeño y, por eso, somos sensibles al detalle: la conversación, el espíritu, la charla, el café, el vagón restaurante del tren, las marqueterías y las sábanas de hilo del coche cama, la arquitectura de las estaciones,…

P.- Si Europa es la suma de «civilización, trabajo y espíritu» ¿qué queda de Europa?

R.- Los vagos tenían antes en sus palacios a un mayordomo que les abría las cortinas del dormitorio para que se despertasen.

En las casas más modestas teníamos un padre y una madre que se levantaban temprano a trabajar y nos tiraban de las sábanas…

Ahora los vagos piden una ayuda o una jubilación muy tempranera, y a la hora en que sonaban las sirenas de las fábricas -como no tienen quien les descorra las cortinas- se quedan durmiendo, mientras un aspirador automático les barre la casa.

Esa Europa miserable está condenada al fracaso y a la ruina. Y lo malo es que nos arrastrará a los que nos levantamos temprano.

P.- En mayo del 68 en París un director le reprochó que entrevistara a Josephine Baker «con lo que estaba pasando en la calle»…

R.- Quería hablar con Joséphine de su vida, de sus aventuras como espía en España, del día en que los nazis intentaron envenenarla, de las persecuciones a las que la había sometido McCarthy, de sus problemas económicos y de sus hijos adoptados…

Ahora todo eso forma parte del olvido y de la ignorancia de nuestro tiempo primitivo y paleolítico.

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