Ciudad del Cabo, el gran epicentro de la COVID-19 en África

Johannesburgo.- La provincia sudafricana del Cabo Occidental, donde se encuentra la turística Ciudad del Cabo (una de las urbes más desarrolladas de África), se ha convertido en el gran epicentro de la pandemia de COVID-19 en el continente africano, con alrededor de un 15 % de los casos de toda la región.

Desde su privilegiado enclave junto al océano Atlántico, a la sombra de la majestuosa Montaña de la Mesa y rodeada de viñedos de fama mundial, la zona de Ciudad del Cabo podría convertirse para África en lo que Lombardía fue para Europa o lo que Nueva York para Norteamérica, si bien la epidemia en el continente africano avanza, de momento, mucho más lenta que en el resto del mundo.

Esto ha sido, en gran medida, gracias a las iniciativas drásticas adoptadas muy pronto por buena parte de los gobiernos africanos.

Esa reacción incluye a Sudáfrica, aunque no haya evitado colocarse como el país con más casos del continente debido, precisamente, al impacto del coronavirus en el Cabo Occidental.

«Es difícil concretar cómo va a avanzar. Lo que sí que sabemos a día de hoy que va a suceder, tal y como están ya los hospitales del Cabo Occidental, ya muchos llenos, es lo que ha pasado en otros países: que vamos a estar unos meses que no vamos a dar abasto», cuenta  desde Ciudad del Cabo Laura Triviño-Durán, coordinadora médica de la sección belga de Médicos Sin Fronteras (MSF) en Sudáfrica.

HOGAR DE CASI UNO DE CADA SIETE ENFERMOS DE COVID-19 DE ÁFRICA
Según datos actualizados hasta este martes, la provincia de Cabo Occidental -cuya población no llega a los seis millones de personas- contabilizaba 23.583 casos, 562 muertos y 11.431 personas curadas.

Si se contrastan esos datos con el total del continente -que acumula, entre sus más de 1.200 millones de habitantes, algo más de 155.000 casos y unas 4.350 muertes-, alrededor de uno de cada siete enfermos africanos de COVID-19 reside en el Cabo Occidental.

Solo en Sudáfrica, las cifras del Cabo Occidental suponen unos dos tercios del total de enfermos nacionales (35.812) y una inmensa parte de los fallecidos en el país (705).

De hecho, a nivel de los países africanos, solamente Egipto presenta cifras similares a las que registra por sí solo el Cabo Occidental, aunque con el doble de mortalidad en el caso egipcio.

Naciones como la populosa Nigeria, con sus 200 millones de habitantes, Argelia y Marruecos -los tres países que completan la lista de los cinco Estados más afectados por la COVID-19 de África junto a Sudáfrica y Egipto- tienen menos de la mitad de contagios.

No obstante, la región del icónico Cabo de Buena Esperanza es la zona que hace más test en toda África, unos 165.000 hasta la fecha.

Son más del doble de los que ha realizado, por ejemplo, Nigeria en todo su territorio, a pesar de que la Organización Mundial de la Salud ha advertido de que las pruebas masivas son claves para controlar la expansión silenciosa del coronavirus en África.

CIUDAD DEL CABO, EN EL «OJO DEL HURACÁN»
¿Cómo se ha llegado hasta esta situación? Los expertos que lideran la respuesta en Sudáfrica creen la situación en la zona de Ciudad del Cabo podría ser una cuestión de suerte y velocidades.

Los modelos predictivos apuntan a que los máximos epidémicos para el Cabo Occidental se alcanzarán este julio, mientras que para Sudáfrica en general llegarían alrededor de agosto.

Eso convertiría al Cabo Occidental en la primera zona de África en pasar por el «ojo del huracán» de la COVID-19, con una estimación de al menos 9.300 fallecimientos.

«Creemos que hay un factor de suerte, o de mala suerte, en el hecho de que haya tantos contagios (en Cabo Occidental). Ha habido varios focos con mucha transmisión y muchos de esos focos han sido en barrios donde el distanciamiento social es prácticamente imposible», expone Triviño-Durán.

El Cabo Occidental es una zona rica (en Sudáfrica solo la supera Gauteng, que con Johannesburgo es el corazón financiero del África austral), con mucha actividad comercial y turística y con un importante aeropuerto internacional.

Pero también es una región muy desigual donde los servicios privados de alta calidad y las grandes mansiones (mayoritariamente en manos de la población blanca) contrastan con la precariedad en la que viven los residentes de los extensos barrios informales y antiguos guetos que envuelven a Ciudad del Cabo y que la convierten en una de las metrópolis con más criminalidad del mundo.

De hecho, una de las áreas más golpeadas por la epidemia es el distrito chabolista de Khayelitsha, donde la propagación comunitaria se ha demostrado muy difícil de controlar.

PREPARARSE PARA LO PEOR
«Quiero ser muy honesto con vosotros. Simplemente, no podemos luchar contra esta pandemia solos», transmitía recientemente a sus conciudadanos Alan Winde, jefe de Gobierno del Cabo Occidental (única provincia gobernada por la oposición en Sudáfrica), en un ruego para extremar las precauciones y evitar una catástrofe.

La previsión es que, durante lo peor de crisis, se sobrepasará de lejos la capacidad actual del sistema sanitario, a pesar de se trabaja contrarreloj para amortiguar esa deficiencia.

Así, se está ya convirtiendo el Centro Internacional de Convenciones de Ciudad del Cabo en un hospital de campaña.

En Khayelitsha, ya desde los primeros casos, MSF también preparó un hospital de campaña que ya está funcionando, a sabiendas de que, en una zona como esa, consumada la transmisión comunitaria, lo único que se podría hacer es atender al mayor número posible de pacientes.

«Los que viven en peores condiciones son los que peor lo van a pasar», recuerda Triviño-Durán, que añade que en estos asentamientos chabolistas, además de la falta de agua y el hacinamiento que hacen imposible la distancia social y la higiene, también existen otros problemas de salud como la tuberculosis, la hipertensión o el VIH.

«(En Khayelitsha) hay una media diez familias compartiendo una letrina -ejemplifica-. El problema no sólo es el seguir las reglas, es la incapacidad de seguir las reglas».

En el lado positivo, las redes comunitarias preexistentes de solidaridad y de lucha contra otras enfermedades están emergiendo como una base muy sólida para combatir la COVID-19 y la juventud de la población afric

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